póker pictórico y pareja de ases

Siempre atento a las artes plásticas, Agustín Espinosa alude con frecuencia en sus escritos a obras pictóricas.
En su artículo sobre la poesía de su amigo y discípulo Agustín Miranda, “Óptica de Agustín Miranda”, Espinosa dice que su carnaval no es el de Goya, sino un carnaval “de colores más alegres”, el del Tiovivo de Spies y el Concierto infantil de Makowski.
Ambas obras las ha visto Espinosa en el influyentísimo libro de Franz Roh Realismo mágico, obra de 1925 que Fernando Vela había traducido en las ediciones de Revista de Occidente dos años después. Helas aquí a todo color:



El Tiovivo de Spies, visto sin duda en el mismo libro, influyó tanto en los cuadros de verbenas de Maruja Mallo (sobre quien, como sabemos, se proyectó un libro de cuarenta reproducciones con prólogo de Espinosa, que iba a aparecer en la misma editorial de Lancelot) como en Un mundo de Ángeles Santos.
A Un mundo, óleo de 1929, se refiere Emeterio Gutiérrez Albelo en uno de sus típicos incisos parentéticos:

la calle de la amargura

aquella calle larga, larga, larga

se iba haciendo –ya– eterna,

de tanto pasearla.

entre los dos rosarios,

monótonos, sombríos, de las casas.

a cuyas puertas

y ventanas

(–¡solo tú, ángeles santos,

podrías

expresarlo!–)

se asomaban,

en una exposición

fríamente cuajada,

rostros de pesadilla,

tenebrosas carátulas.

(para acecharlo a él, al hombre triste:

ese que lleva la cabeza mal peinada).



Pero Emeterio también ha prestado atención al libro de Franz Roh, y en otro de sus poemas encontramos la referencia a otro de los tres cuadros reproducidos de Spies, “Adiós (La despedida)”, de 1921. El poema de Emeterio fue visto por Espinosa, en su admirable ensayo sobre Romanticismo y cuenta nueva, como uno de los más anclados en su poesía anterior, o sea con una mayor dosis de “romanticismo” que de “cuenta nueva”, lo que es exacto (“La calle de la amargura”, en cambio, la sitúa en un grupo intermedio).

despedida

a o., a l., a g. y a a.

el cuadro

era de spies; y, de shakespeare,

el diálogo.

palidiciente lago.

y el corazón, luna caída,

en un lento naufragio.

¡pero qué cable más dulce,

desde el balcón iluminado!

la cuerda de un adiós,

que nos unía más, al separarnos.

la cuerda de un adiós y el brillo exacto

de cuatro letras, cuatro

clavadas como arpones –para siempre–

sobre la luna del naufragio.