Espinosa y Rilke
Hemos sabido recientemente, merced a un envío de
Joaquín Espinosa, nieto del escritor, que Espinosa comenzó a traducir los Cuadernos
de Malte Laurids Brigge, lo que muestra una vez más la posición de
avanzadilla que Espinosa siempre tuvo. Aunque esta obra se publicó en 1910, su
gran influencia la tuvo en la época existencialista, incluyendo la huella en La
náusea de Sartre.
Prosas de Rilke hay en el número 5 de “La nueva literatura” (1928), y Espinosa cita a Rilke en su conferencia “Sangre de España”. En su artículo sobre Espinosa, Sebastián de la Nuez da una lista de obras que su profesor y maestro le daba a leer en los años bélicos, incluyendo los Cuadernos de Malte Laurids Brigge. Debe llamarse la atención sobre el contenido fuertemente antirreligioso del libro, que lo hace sin duda nada recomendable por aquellos años.
La primera traducción de la obra de Rilke apareció en Losada, o sea en Buenos Aires, el año 1941, y no fue obra de un pajullo, sino de Francisco Ayala. Llevaba un prólogo de Guillermo de Torre. Estamos pues en una fecha muy cercana a aquella en que Espinosa debió iniciar su traducción, aunque ya aquí caminamos por tierra de conjeturas.
En esta suerte de autobiografía dostoievskiana a través de un alter-ego, Rilke escribe unas palabras que nos hacen pensar en Crimen, y en las páginas mejores de nuestro escritor: “Una obra de arte es buena cuando ha nacido de una necesidad. Se juzga por la naturaleza de su origen. No hay otro juez”. Más elementos nos hacen pensar en el Espinosa desgarrado: el “retorno” a los mundos de la infancia, la indagación en el subconsciente, el terror metafísico, la obsesión de la muerte.
Prosas de Rilke hay en el número 5 de “La nueva literatura” (1928), y Espinosa cita a Rilke en su conferencia “Sangre de España”. En su artículo sobre Espinosa, Sebastián de la Nuez da una lista de obras que su profesor y maestro le daba a leer en los años bélicos, incluyendo los Cuadernos de Malte Laurids Brigge. Debe llamarse la atención sobre el contenido fuertemente antirreligioso del libro, que lo hace sin duda nada recomendable por aquellos años.
La primera traducción de la obra de Rilke apareció en Losada, o sea en Buenos Aires, el año 1941, y no fue obra de un pajullo, sino de Francisco Ayala. Llevaba un prólogo de Guillermo de Torre. Estamos pues en una fecha muy cercana a aquella en que Espinosa debió iniciar su traducción, aunque ya aquí caminamos por tierra de conjeturas.
En esta suerte de autobiografía dostoievskiana a través de un alter-ego, Rilke escribe unas palabras que nos hacen pensar en Crimen, y en las páginas mejores de nuestro escritor: “Una obra de arte es buena cuando ha nacido de una necesidad. Se juzga por la naturaleza de su origen. No hay otro juez”. Más elementos nos hacen pensar en el Espinosa desgarrado: el “retorno” a los mundos de la infancia, la indagación en el subconsciente, el terror metafísico, la obsesión de la muerte.
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Nilo Palenzuela nos recuerda que en el quinto y
último número de La Rosa de los Vientos se publicaron, con motivo del
primer aniversario de la muerte de Rilke, tres poemas de su libro Nuevos
poemas: “La pantera”, “Canción de amor” y “El rey”. El traductor fue el
latinista y lingüista zamorano Abelardo Moralejo y la idea vino sin duda de
Espinosa, ya que ambos habían coincidido en el curso 1922-1923 en la
universidad de Madrid, haciendo el curso de doctorado.
En el número 43 de Revista de Occidente (1927) había publicado
Antonio Marichalar la traducción de algunas páginas de los Cuadernos.
Moralejo y Marichalar fueron pues los pioneros en la traducción de la poesía y
la prosa de Rilke, respectivamente.