Los cielos de Agustín Espinosa
El 10 de febrero de 1933
publica Agustín Espinosa, en el diario de Las Palmas Avance, el precioso artículo “Un coleccionista en el cine”, sin
duda más estimable que el canto belicista provocado casi un año antes por “la
fea película Sin novedad en el frente”. Lo poco o nada que aquella diatriba
había influido en la estima de Espinosa lo muestra el hecho de que le brinde
sus páginas (para esta colaboración y para otras) el diario oficial socialista
de Las Palmas, donde gracias a Espinosa se puede escapar en algunos números de
la asfixia ideológica. Señalemos que este periódico era dirigido entonces por
Juan Rodríguez Doreste, quien ya había coincidido con Espinosa en La Rosa de los Vientos y quien mucho lo
seguiría estimando décadas después.
La facilidad con que hoy
accedemos al cine más recóndito nos ha permitido descubrir los dos cielos
cinematográficos que complementan el de El
chico de Charlot. Ofrecemos algunas capturas de las imágenes celestes de
las tres películas, junto a los tres cielos pictóricos.
Si los cielos pictóricos
tienen en común el cristianismo angelical (con la curiosidad en el de Roelas de
los mancebos tocadores de laúd y violín), las cosas son más complejas con los
cielos fílmicos. Los ángeles aparecen, pero humorísticamente, en El chico, la única película bien
conocida de las tres, estrenada en 1921. Se trata de un sueño charlotesco, con
los personajes que han ido componiendo la historia.
En La máscara de hierro y La
escuadrilla deshecha coincide el tema de la amistad (también presente, sin
duda, en El chico). La
máscara de hierro es la historia de los cuatro mosqueteros, quienes, al
morir, se encuentran en el cielo, que no es otra cosa que el “comienzo” de
nuevas aventuras. La escuadrilla deshecha
narra las peripecias de cuatro amigos aviadores que, retornados de la
guerra, se dedican a las acrobacias fílmicas; al morir dos de ellos, las
últimas imágenes nos los presentan volando y saludándose espectralmente por el
cielo hasta remontar las nubes, mientras el perro de marras ladra como si los
estuviera viendo, ante la extrañeza del mecánico del cuarteto, que lo sostiene
en los brazos. Este cielo debió recordarle el de La máscara de hierro. Además, en esta película hay un momento en
que los amigos se valen del célebre lema de los mosqueteros: “¡Todos para uno,
uno para todos!”. Hombre de grandes y fieles amistades, Espinosa en la elección
de las películas es como si hubiera querido hacer una exaltación de este
sentimiento.
La
máscara de hierro (The
iron mask) es una buena película muda
de 1929 dirigida por Allan Dwan, un fino director a quien se deben obras aún
agradables de ver, como La bella de
Montana, El jugador, Ligeramente
escarlata, Filón de plata, Arenas sangrientas o Al borde del río. La estrella es Douglas
Fairbanks (quien, obviamente, interpreta a D’Artagnan), lo que le permitió un
estreno de bandera. Espinosa la vio seguramente en Las Palmas o Santa Cruz, en
julio de 1931.
También tuvo un buen
estreno La cuadrilla deshecha (The lost squadron), obra mucho más
floja, del nada conocido George Archainbaud, que cuenta con la presencia de
Mary Astor, de un jovencísimo Joel McCrea y sobre todo del siempre imponente
Eric von Stroheim. Espinosa acierta de lleno en el carácter negativo de los
diálogos, al menos si lo aplicamos a esta película, pero nunca he acabado de
entender cómo no se señalaba que la blandenguería sentimental y la moralina ya
campaban por sus respetos en gran parte del cine mudo (incluido El chico). Esta película se estrenó el 1
de febrero de 1933 en el Royal Victoria de Santa Cruz y el 7 en el Royal Cinema
de Las Palmas.
En todas estas películas,
la final secuencia celestial supone una ruptura del realismo narrativo. Es sin
duda lo que ha atraído a este adversario contumaz de todo realismo, pedestre o
no.
El motivo del cielo
podría rastrearse en toda la obra de Espinosa. Recordemos su emotivo homenaje a
su maestro Baltasar Champsaur, “en el cielo de Las Palmas”. Pero ante todo, la
dedicatoria a su gran amigo Ernesto Pestana, primeras palabras de Crimen: “A ti, Ernesto, esa nube rota
que tiembla sobre tu traje negro, esperando a mi alma”, que probablemente por
azar halló un eco en la turbadora portada de Domínguez.
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Avance, 10 de febrero de 1933 |
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La Tarde, 14 de febrero de 1933 |
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Juan de Roelas, Martirio de San Andrés |
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El Greco, Sueño de Felipe II |
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El Greco, El entierro del Conde de Orgaz |
martirio de san andrés